Alberto Agámez B.
Algunas veces, que no han sido pocas, cuando me ha tocado salir del país, voy con la preocupación de que me estén esculcando con más rigurosidad que al resto de viajeros, por el mero hecho de ser colombiano; recuerdo con precisión un restaurante en la Costa Azul de Francia por allá por 1986 cuando una joven me preguntó si era cierto que en Colombia vendían cocaína en los supermercados, a ella le respondí que, a lo mejor, yo no compraba sino en puestos callejeros, porque no distinguía entre una porción de ese polvo maldito y una cucaracha de dos patas.

No es creíble, que personas normales, piensen que todos los colombianos dependemos económicamente del comercio de sustancias psicoactivas, además de consumirlas, tampoco se me podía ocurrir que leería comentarios en las redes sociales que, en el gimnasio Cuadrilátero, cuelgan animales para golpearlos como si se tratara, de un sandbags o de una pera loca; increíble, pero leí bastante en ese sentido. Entonces. ¿De qué nos quejamos cuando nos dicen cocainómanos en el exterior?, si nosotros internamente no distinguimos entre un delincuente individual y la conducta colectiva de una empresa que por años ha sido ejemplo de grandeza.
Ayer a mediodía cuando me informaron de la masacre ocurrida dentro de la sede del gimnasio, me imaginé que podrían estar pensando, Irene ‘Mambaco’ Pacheco, uno de los primeros boxeadores en vivir ahí, hoy muestra con orgullo haber salido adelante desde ese sitio donde lo acogieron cuando llegó de Cartagena con la muda de ropa que traía puesta, también registré en mi mente la imagen de Fidel Bassa, recogiendo y alimentando animalitos en la parte trasera de la bodega de William Chams en los ratos de descansos.
Fueron tantas cosas las que pasaron por mi cabeza; inclusive, se me quitaron las ganas de dejar a alguien cuidando mi casa cuando viajamos, ya que, si algo parecido ocurre, quien sabe de que me acusarían. ¿De asesino de gatos o perros?
La ultima vez que pasé por el gimnasio Cuadrilátero, me informaron que como al día siguiente se iniciaba el confinamiento, se había dado la orden de suspender los entrenamientos y los boxeadores, en su mayoría se irían a sus casas y que solo quedarían tres personas en plan de celaduría.
En junio del año anterior, como parte de la labor de la empresa Cuadrilátero, por un llamado de su presidente, nos pusimos en la tarea de recoger un grueso número de gatitos en condición de calle para llevarlos a una fundación en Medellín donde los atenderían como se merecen esos animalitos. Fueron varios días de labores donde la, Fundación Pinky, al lado de la cancha de la Magdalena, nos colaboró para alimentarlos mientras venían por ellos. Esa es la conducta de esta empresa de boxeo, se enviaron setenta y cinco (75) gatos rescatados en condiciones lamentables de salud, con veterinario abordo, llegaron setenta (70). Por eso, el dolor aún no se me pasa al ver las imágenes del GATICIDIO perpetrado en las instalaciones del gimnasio, donde se ha cultivado el deporte del boxeo.
Lamentable, deplorable por donde se mire lo ocurrido, fue una masacre y los culpables deben pagar, pero debemos mirar esos hechos con sensatez, no porque en mi casa se encuentre un ratón, significa que mi familia cultiva ratones. Cuadrilátero se ha dedicado desde 1985 a intentar de que muchos jóvenes salgan de la pobreza y se alejen de malas compañías a través de la práctica del boxeo.
El local no funcionaba como gimnasio debido a la Cuarentena, se quedaron personas viviendo que seguramente darán sus explicaciones a las autoridades, que tienen que dar porque no se trata de un caso menor.
Ya se conocerán los resultados de la investigación de la Fiscalía; lo único cierto es que, ni todos los colombianos somos narcos, ni usted es un violador porque un celador de su vivienda viole, como tampoco Cuadrilátero apoya maltratadores de animales ni nada que no esté alineado con las buenas costumbres.
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