Llegar aquí, junto a esta espada, para mí es toda una vida, una existencia. Esta espada representa demasiado para nosotros, para nosotras.
Y quiero que nunca esté enterrada, quiero que nunca más esté retenida.
Que solo se envaine, como dijo su propietario, el Libertador, cuando haya justicia en este país.
Que sea del pueblo. Es la espada del pueblo.
Y por eso la queríamos aquí en este momento y en este lugar. Quizás para los próximos presidentes y presidentas, cuando se posesionen, se vuelva un hecho permanente, protocolario, simbólico, que los acompañe siempre, que las acompañe siempre, la espada libertaria de Bolívar.
Llegar aquí indudablemente implica recorrer una vida. La vida inmensa que nunca se recorre sola.
Aquí está mi madre, Clara. Nada existiría en mí, en este momento, sin ella.
Aquí está mi padre, Gustavo, caribeño. Aquí están mis hermanos Adriana y Juan, que me aguantaban y aún me aguantan.
Aquí están mis hijos, Nicolás Petro, Nicolás Alcocer, Andrea y Andrés, Sofía y Antonella, mis pequeñas que florecen de corazón y alma.
Aquí está Verónica Alcocer, quien me ha acompañado, quien me ha dado descendencia, la vida misma. Quien el amor ha hecho todo posible.
Aquí no estará para acompañarme solamente sino para acompañar a las mujeres de Colombia en su esfuerzo para salir adelante, para crear, para luchar, para ser. Para superar la violencia dentro y fuera de las familias, para construir la política del amor.
Aquí está, como en el recorrido de mi existencia, el pueblo. Las manos humildes del obrero. Aquí están las campesinas y las que barren las calles. Aquí están los corazones del trabajo, las ilusiones de quien sufre, aquí están las mujeres trabajadoras que me han abrazado siempre cuando decaigo, cuando me siento débil, el amor al pueblo, a la gente que sufre excluida, es ese amor el que me mantiene aquí para unir y construir ahora una nación.
Así acababa Cien Años de Soledad de nuestro querido Gabriel García Márquez: «Todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra».
Los colombianos y las colombianas hemos sido muchas veces en nuestra historia enviados a la condena de lo imposible, a la falta de oportunidades, a los NO rotundos. Quiero decirles a todos los colombianos y todas las colombianas que me están escuchando en esta Plaza de Bolívar, en los alrededores, en toda Colombia y en el exterior, que hoy empieza nuestra segunda oportunidad.
Nos la hemos ganado. Se la han ganado. Su esfuerzo valió y valdrá la pena. Es la hora del cambio. Nuestro futuro no está escrito. Somos dueños del esfero y del papel, y podemos escribirlo juntos, en paz y en unión.
Hoy empieza la Colombia de lo posible. Estamos acá contra todo pronóstico, contra una historia que decía que nunca íbamos a gobernar, contra los de siempre, contra los que no querían soltar el poder. Pero lo logramos. Hicimos posible lo imposible. Con trabajo, recorriendo y escuchando, con ideas, con amor, con el corazón y con el cerebro, con esfuerzo. Desde hoy empezamos a trabajar para que más imposibles sean posibles en Colombia. Si pudimos, podremos.
Que la paz sea posible. Tenemos que terminar, de una vez y para siempre, con seis décadas de violencia y conflicto armado. Yo diría con dos siglos de guerra permanente, la guerra eterna, la guerra perpetua de Colombia. Se puede.
Cumpliremos el Acuerdo de Paz, seguiremos a rajatabla las recomendaciones del informe de la Comisión de la Verdad, que nos cuenta de muertos, depende desde qué fecha comencemos a contar. Cuando comenzaba a contar la Comisión de la verdad contó hasta la fecha 800.000 muertos por la violencia. Muertos colombianos, muertas colombianas, la mayoría humildes. No podemos seguir en el país de la muerte, tenemos que construir el país de la vida.
Y trabajaremos de manera incansable para llevar paz y tranquilidad a cada rincón de Colombia. Este es el Gobierno de la vida, de la paz, y así será recordado.
La paz es posible si desatamos en todas las regiones de Colombia el diálogo social, para encontrarnos en medio de las diferencias, para expresarnos y ser escuchados, para buscar a través de la razón, los caminos comunes de la convivencia. Es la sociedad toda la que debe dialogar sobre cómo no matarnos y sobre cómo progresar.
En los diálogos regionales vinculantes convocamos a todas las personas desarmadas, para encontrar los caminos del territorio que permitan la convivencia. No importa los conflictos que allí haya. Se trata precisamente de evidenciarlos a través de la palabra, de intentar sus soluciones a través de la razón. Es más democracia, más participación lo que propongo para terminar con la violencia.
Pero convocamos, también, a todos los armados a dejar las armas en las nebulosas del pasado. A aceptar beneficios jurídicos a cambio de la paz, a cambio de la no repetición definitiva de la violencia, a trabajar como dueños de una economía próspera pero legal que acabe con el atraso de las regiones.
Para que la paz sea posible en Colombia, necesitamos dialogar, dialogar mucho, entendernos, buscar los caminos comunes, producir cambios.
La paz implica que cambiemos, indudablemente. Claro que la paz es posible si se cambia, por ejemplo, la política contra las drogas, vista como una guerra, llamada la guerra contra las drogas, por una política de prevención fuerte del consumo en las sociedades desarrolladas.
Es hora de una nueva Convención Internacional que acepte que la guerra contra las drogas ha fracasado rotundamente, que ha dejado un millón de latinoamericanos asesinados, la mayoría colombianos, durante estos últimos 40 años, y que deja 70.000 norteamericanos muertos por sobredosis cada año por drogas, que ninguna se produce en América Latina. Que la guerra contra las drogas fortaleció las mafias y debilitó los Estados.
Que la guerra contra las drogas ha llevado a los Estados a cometer crímenes –nuestro Estado ha cometido crímenes– y ha evaporado el horizonte de la democracia.
¿Vamos a esperar que otro millón de latinoamericanos caigan asesinados y que se eleven a 200.000 los muertos anuales por sobredosis en Estados Unidos? ¿Vamos a esperar que en los próximos 40 años otro millón de latinoamericanos caiga bajo el homicidio y 2 millones 800.000 norteamericanos mueran por sobredosis?
¿O más bien cambiamos el fracaso por un éxito que permita que Colombia y Latinoamérica puedan vivir en paz?
Llegó el momento de cambiar la política antidrogas en el mundo para que permita la vida y para que no genere la muerte.
Que nos quieren apoyar en la paz, nos dicen una y otra vez en todos los discursos.
Pues cambien la política antidrogas, está en sus manos, en el poder mundial, en las Naciones Unidas, el poder hacerlo. Que la igualdad sea posible.
El 10 % de la población colombiana tiene el 70 % de la riqueza. Es un despropósito y es una verdadera amoralidad. No naturalicemos la desigualdad y la pobreza.
No es cierto que el mundo sea igual, no es cierto que en la mayoría de los países del mundo esta desigualdad social que tenemos en Colombia exista. Somos una de las sociedades desiguales socialmente en todo el planeta tierra. Y esta es una aberración que no podemos continuar si queremos ser una nación, si queremos vivir en paz.
No miremos para otro lado, no seamos cómplices. Con voluntad, políticas de redistribución y un programa de justicia vamos a hacer una Colombia más igualitaria y con más oportunidades para todos y todas.
La igualdad es posible si somos capaces de crear riqueza, de generar riqueza para todos y todas, y si somos capaces de distribuirla más justamente.
Por eso proponemos una economía basada en la producción, el trabajo y el conocimiento. Y es por ello por lo que proponemos una reforma tributaria que genere justicia. El llevar una parte de la riqueza de las personas que más tienen y más ganan, para abrirle las puertas de la educación a toda la niñez y la juventud, no debe ser mirado como un castigo o un sacrificio. Es simplemente el pago solidario que alguien afortunado hace a una sociedad que le permite y le garantiza la fortuna.
Si somos capaces de llevar una parte de la riqueza que se crea, a los niños y niñas desnutridas, a través de algo tan simple como pagar los impuestos de ley, seremos más justos y estaremos más en paz. No es un asunto solo de caridad, es un asunto de solidaridad humana. La solidaridad es lo que ha permitido que los pueblos sobrevivan y logren las máximas conquistas de la cultura y de la civilización.
No hemos avanzado como humanidad compitiendo, no es cierto; lo hemos hecho ayudándonos. Por eso estamos vivos en este planeta. Seremos iguales cuando el que más tiene, al pagar sus impuestos, lo haga con gusto, con orgullo, sabedor que ayudará a su prójimo niño, niña, bebé, joven, mujer, a crecer sano, a pensar, a vivir con la plenitud que da la nutrición y la educación del cerebro y del alma.
La solidaridad está en el impuesto que paga el que puede pagarlo y en el gasto del Estado que va a quienes lo necesitan por su infancia, por su juventud, por su vejez. El gasto del Estado no es para las mafias políticas, es para la gente del pueblo.
Por eso hemos planteado una reforma tributaria, una reforma de la salud y de las pensiones, una reforma del contrato laboral, una reforma de la educación. Por eso hemos priorizado en el presupuesto la infraestructura de la educación, de la salud, del agua potable, de los distritos de riego y de los caminos vecinales.
Los impuestos no serán confiscatorios, simplemente serán justos, en un país que debe reconocer como aberración la enorme desigualdad social en la que vivimos, en un Estado que debe proteger la transparencia del gasto, y en una sociedad que se merece el derecho de vivir en paz.
Ser una sociedad del conocimiento, es decir una sociedad donde todos sus integrantes tengan el máximo de escolaridad y cultura, no es una utopía. Pueblos más pobres que nosotros hace décadas, son ahora sociedades del conocimiento solo porque invirtieron durante décadas y con prioridad en la educación pública de sus pueblos.
Llegó el momento de devolverle la deuda a nuestra educación pública para que alcance a todos y todas y sea de calidad.
Llegó el momento de ser conscientes que hoy el hambre avanza. Que avanza por todo el mundo, porque se derrumbó una idea de seguridad alimentaria basada exclusivamente en el comercio internacional. El comercio internacional en sí mismo no es ni positivo ni negativo, pero si no se maneja con inteligencia y se planifica puede destruir economías y vidas.
El mundo hoy aprende la importancia de la soberanía alimentaria. La soberanía alimentaria es la garantía que toda sociedad debe tener para consumir sus nutrientes indispensables. Colombia es un país que debe y puede gozar de soberanía alimentaria para lograr que el hambre sea cero. Una misión del Estado con todo el sector privado que quiera unirse debe garantizar la plena alimentación sana de toda la sociedad colombiana y lograr incluso excedentes para la exportación.
En la tierra en donde el ser humano descubrió el maíz debemos producir de nuevo maíz. El Estado tendrá que brindar riegos, créditos, técnicas, semillas mejoradas, protección; el campesinado y la empresa privada puede brindar el trabajo y el empeño cotidiano para lograr que nuestros campos vuelvan a producir los alimentos que necesita nuestro pueblo.
Volveremos a construir distritos de riego con el Ejército y casas campesinas y caminos vecinales con los soldados de la Patria.
Ejército, sociedad y producción pueden unirse en una nueva ética social indestructible. Los helicópteros y los aviones y las fragatas, no solo sirven para bombardear o disparar; también sirven para crear la primera infraestructura de la salud preventiva del pueblo colombiano.
Solo si producimos seremos ricos y prósperos como sociedad. La riqueza está en el trabajo y el trabajo es cada vez más, de la inteligencia.
Por eso, a partir de hoy, todos los bienes en extinción de dominio o extinguidos, de la SAE, pasarán a ser la base de una nueva economía productiva administrada por las organizaciones campesinas, por las cooperativas urbanas de jóvenes productivos y por las asociaciones populares femeninas.
Que la igualdad de género sea posible. No podemos seguir permitiendo que las mujeres tengan menos oportunidades laborales y que ganen menos que los hombres, que tengan que dedicar el triple o cuádruple de horas a las tareas del cuidado, que estén menos representadas en nuestras instituciones. Ya es hora de combatir todas esas desigualdades y equilibrar la balanza.
Que el futuro verde sea posible. El cambio climático es una realidad. Y es urgente. No lo dicen las izquierdas ni las derechas, lo dice la ciencia. Tenemos y podemos encontrar un modelo que sea sostenible económica, social y ambientalmente.
Solo habrá un futuro si equilibramos nuestras vidas y la economía de todo el mundo con la naturaleza. La ciencia ha anunciado la extinción posible de la especie humana en apenas uno o dos siglos por los efectos en la salud que traería la crisis climática. Uno o dos siglos nos quedan.
El virus del covid le mostró a toda la humanidad la alerta viva y real de esta posibilidad.
La ciencia no parece equivocarse. Por eso desde esta Colombia le pedimos al mundo acción y no hipocresía.
Nosotros estamos dispuestos a transitar a una economía sin carbón y sin petróleo, pero poco ayudamos a la humanidad con ello. No somos nosotros los que emitimos los gases de efecto invernadero. Son los ricos del mundo quienes lo hacen, acercando al ser humano a su extinción, pero nosotros sí tenemos la mayor esponja de absorción de estos gases después de los océanos: La selva amazónica.
Uno de los pilares del equilibrio climático y de la vida en el planeta es la selva amazónica. ¿Vamos a dejar que se destruya esa selva para llegar al punto de no retorno en la extinción de la humanidad? O, ¿vamos a salvarla con la humanidad misma que quiere seguir viviendo en esta tierra?
¿Dónde está el fondo mundial para salvar la selva Amazónica? Los discursos no la salvarán. Podemos convertir a toda la población que hoy habita la Amazonía colombiana en una población cuidadora de la selva, pero necesitamos los fondos del mundo para hacerlo.
Si es tan difícil conseguir esos dineros, que las tasas carbón, que los bonos verdes, que los fondos del clima pactados deberían otorgar para salvar algo tan esencial, entonces, le propongo a la humanidad cambiar deuda externa por gastos internos, para salvar y recuperar nuestras selvas, bosques y humedales. Disminuyan la deuda externa y gastaremos el excedente en salvar la vida humana.
Si el FMI ayuda a cambiar deuda por acción concreta contra la crisis climática, tendremos una nueva economía próspera y una nueva vida para la humanidad.
Se acabaron los «no se puede», los «siempre fue así». Hoy empieza la Colombia de lo posible. Hoy empieza nuestra segunda oportunidad.
Desde hoy, soy el Presidente de toda Colombia y de todos los colombianos y colombianas. Es mi deseo y mi deber.
Colombia no es solo Bogotá. El Gobierno del Cambio será descentralizado. Les prometo que vamos a estar y trabajar en todo el país, desde Leticia hasta Punta Gallinas, desde Cabo Manglares hasta Isla San José. Duele mucho la ausencia del Estado en muchos puntos del país. Ya no más. Voy a trabajar para que el lugar de nacimiento no condicione tu futuro y para que el Estado diga presente en cada rincón de Colombia.
Agradezco la presencia de presidentes, presidentas y otros representantes de los pueblos hermanos de Latinoamérica y del mundo todo. En tiempos en los que vemos a naciones hermanas entre sí bombardearse, matarse, acribillarse, aquí, en el corazón de Colombia, en el corazón de Latinoamérica, hay una decena de presidentes y presidentas de la región, con diversidad ideológica y diferentes trayectorias, pero todos unidos y unidas compartiendo esta verdadera fiesta de la democracia.
Ya es hora de dejar atrás los bloques, los grupos y las diferencias ideológicas para trabajar juntos. Entendamos de una vez y para siempre que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Y que juntos somos más fuertes. Hagamos realidad esa unidad con la que soñaron nuestros héroes, como Bolívar, San Martín, Artigas, Sucre y O’Higgins. No es una utopía ni es romanticismo. Es el camino para hacernos fuertes en este mundo complejo.
Si somos poder del conocimiento, si somos poder de la economía, si somos el poder de la vida, si actuamos juntos, la voz de América Latina se escuchará en el concierto de los pueblos del mundo.
Hoy necesitamos estar más juntos y unidos que nunca. Como dijo alguna vez Simón Bolívar: «La unión debe salvarnos, como nos destruirá la división si llega a introducirse entre nosotros». Que se acabe la división de América Latina.
Pero la unidad latinoamericana no puede ser una retórica, un mero discurso. Acabamos de vivir quizás lo peor de la pandemia del covid, y América Latina no fue capaz de juntarse, de coordinarse, para comprar las vacunas más baratas, prácticamente fue usada sin capacidad de negociación, dispersa en sus gobiernos.
¿Vamos a tener una Latinoamérica sin capacidad de investigación científica? ¿Una Latinoamérica sin capacidad de coordinar sus servicios de salud, sin capacidad de coordinar las compras de medicamentos de manera unificada?
Latinoamérica se junta en algunas instituciones, pero no en proyectos concretos. ¿Hemos acaso logrado la conexión de todas nuestras redes de energía eléctrica? ¿Hay una red de energía eléctrica que cubra a toda América? ¿Hemos logrado acaso que las fuentes de nuestras energías sean limpias? ¿No es acaso hora de impulsar las empresas petroleras públicas, de propiedad estatal, y a nuestras empresas de transmisión eléctrica a construir el instrumento empresarial y financiero latinoamericano que avoque las inversiones en la generación de las energías limpias y en la transmisión de esa energía a escala continental?
Colombia hará su énfasis internacional en alcanzar los acuerdos más ambiciosos posibles para frenar el cambio climático y defender la paz mundial. No queremos que ningún pero ningún país invada a otro.
No estamos con la guerra. Estamos con la Vida.
Buscaremos mayores alianzas con África de donde provenimos, buscaremos una alianza de pueblos afros en América, buscaremos que San Andrés sea un centro de salud, cultural y educativo del Caribe antillano; de allí der San Andrés, de su pueblo raizal, saldrán todos los embajadores y embajadoras de Colombia para las Antillas.
Buscaremos una alianza con el mundo árabe en el camino de transitar hacia las nuevas economías descarbonizadas. Buscaremos juntar nuestra Buenaventura y nuestro Tumaco con el este asiático rico y productivo.
Nuestro himno, que es uno de los más lindos del mundo, dice «sentir o padecer». Colombia acumula siglos de padecimiento. Una madre que no puede darle de comer a su hijo, la padece. Un joven que emigra porque no encuentra oportunidades, la padece. Una abuela o un abuelo que no tiene una pensión digna, la padece. La Colombia que soñamos, la Colombia que queremos, la Colombia que nos merecemos es la Colombia que queremos sentir. La Colombia que vibra, que se esfuerza, que añora y trabaja para alcanzar la paz. Que quiere una tierra próspera, con igualdad de posibilidades indistintamente del lugar donde se nació, independientemente de cómo se apellidan sus padres o cuál sea su color de piel. Esa es la
Colombia que queremos sentir y por la que trabajaremos hasta el último día de nuestro mandato.
Decálogo de Gobierno
En este primer discurso como Presidente de Colombia, frente al Poder Legislativo, y frente a mi pueblo, quiero compartir mi decálogo de gobierno y mis compromisos.
Tengo diez compromisos.
1. Trabajaré para conseguir la paz verdadera y definitiva. Como nadie, como nunca. Vamos a cumplir el Acuerdo de Paz y a seguir las recomendaciones del informe de la Comisión de la Verdad. El «Gobierno de la Vida» es el «Gobierno de la Paz».
La paz es el sentido de mi vida, es la esperanza de Colombia.
No podemos fallarle a la sociedad colombiana. Los muertos se lo merecen. Los vivos lo necesitan. La vida debe ser la base de la paz. Una vida justa y segura. Una vida para vivir sabroso, para vivir feliz, para que la dicha y el progreso sean nuestra identidad.
2. Cuidaré de nuestros abuelos y abuelas, de nuestros niños y niñas, de las personas con discapacidad, de las personas a las que la historia o la sociedad ha marginado. Haremos una «política de cuidados» para que NADIE se quede atrás. Somos una sociedad solidaria, que se preocupa y ocupa del prójimo.
Que su Gobierno también lo sea. Haremos una política sensible al sufrimiento y al dolor ajeno, con herramientas y soluciones para crear igualdad.
3. Gobernaré con y para las mujeres de Colombia. Hoy, aquí, empieza un gobierno paritario von un Ministerio de Igualdad. ¡Al fin! Con nuestra Vicepresidenta y Ministra Francia Márquez vamos a trabajar para que el género no determine cuánto ganas ni cómo vives. Queremos igualdad real y seguridad para que las colombianas puedan caminar tranquilas y no temer por sus vidas.
4. Dialogaré con todos y todas, sin excepciones ni exclusiones.
Este será un gobierno de puertas abiertas para todo aquel que quiera dialogar sobre los problemas de Colombia. Se llame como se llame, venga de donde venga. Lo importante no es de dónde venimos, si no a dónde vamos. Nos une la voluntad de futuro, no el peso del pasado.
Vamos a construir un Gran Acuerdo Nacional para fijar la hoja de ruta de la Colombia de los próximos años. El diálogo será mi método, los acuerdos mi objetivo.
5. Escucharé a los colombianas y colombianos como lo he venido haciendo en todos estos años. NO se gobierna a distancia, alejado del pueblo y desconectado de sus realidades. Todo lo contrario: se gobierna escuchando. Vamos a diseñar mecanismos y dinámicas para que todo colombiano se sienta escuchado en este Gobierno. No quedaré atrapado entre las cortinas de la burocracia. Estaré cerca de los problemas.
Caminaré al lado y junto a los colombianos de todos los rincones. Ojalá me abran las casas para dormir, como el campesino cafetero de Anserma, como la señora pobre de Quibdó, como el pescador del río Magdalena en el Tolima.
Solo quien está cerca puede entender y ponerse en el lugar del otro.
6. Defenderé a los colombianos y colombianas de las violencias y trabajaré para que las familias se sientan seguras y tranquilas.
Lo haremos con una estrategia integral de seguridad. Con la seguridad humana. Colombia necesita una estrategia que vaya desde los programas de prevención, desde la redención social, desde acabar con el hambre, hasta la persecución de las estructuras criminales y la modernización de las fuerzas de seguridad. Las vidas salvadas serán nuestro principal indicador de éxito. La seguridad se mide en vidas, no en muertos. Cuando la seguridad se mide en muertos, llevan al Estado al crimen y este Estado no está para el crimen atroz. Este Estado está para ser una Estado social de derechos.
El crimen se combate de muchas maneras. Todas imprescindibles. Quiero defender a las familias colombianas de la inseguridad diaria y cotidiana: sea de la violencia machista o de cualquier otra violencia.
7. Lucharé contra la corrupción con mano firme y sin miramientos. Un Gobierno de «cero tolerancia». Vamos a recuperar lo que se robaron, vigilar para que no se vuelva a hacer y transformar el sistema para desincentivar este tipo de prácticas. Ni familia, ni amigos, ni compañeros, ni colaboradores… nadie queda excluido del peso de la Ley, del compromiso contra la corrupción y de mi determinación para luchar contra ella.
Desde hoy los cuerpos de inteligencia del Estado no perseguirán la oposición política, ni la prensa libre, ni el Poder Judicial, ni el que piensa ni la que piensa diferente.
Hoy el principal objetivo de los cuerpos de inteligencia del Estado es ubicar y combatir la corrupción.
8. Protegeré nuestro suelo y subsuelo, nuestros mares y ríos. Nuestro aire y cielo. Nuestros paisajes nos definen y nos llenan de orgullo. Y, por eso, no voy a permitir que la avaricia de unos pocos ponga en riesgo nuestra biodiversidad. Vamos a enfrentar la deforestación descontrolada de nuestros bosques e impulsar el desarrollo de las energías limpias y renovables. Colombia será potencia mundial de la vida. El planeta Tierra es la «casa común» de los seres humanos. Y Colombia, desde su enorme riqueza natural, va a liderar esta lucha por la vida planetaria.
9. Desarrollaré la industria nacional, la economía popular y el campo colombiano.
Priorizaremos a la mujer campesina, a la mujer de la economía popular, indudablemente; al microempresario y al pequeño y mediano empresario de Colombia. Pero nuestra invitación es a producir, es a trabajar, es a ser conscientes de que solo seremos una sociedad rica si trabajamos.
Y que el trabajo, cada vez más, en el siglo XXI, es una propiedad del conocimiento, del cerebro, de la inteligencia humana.
Vamos a acompañar y a apoyar a todo aquel que se esfuerce por Colombia. El campesino, la campesina, que se levanta al alba. El artesano, la artesana, que mantiene viva nuestra cultura. El empresario, la empresaria, que crea trabajo. El trabajador y la trabajadora cultural que construye la sensibilidad humana.
La ciencia, la cultura y el conocimiento es el combustible del siglo XXI. Vamos a desarrollar la sociedad del conocimiento y la tecnología.
10. Cumpliré y haré cumplir nuestra Constitución. La que dice en su artículo 1: “Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”.
Desarrollaremos, también, una nueva cobertura legal para hacer sostenible, justo e igualitario nuestro desarrollo. La ley, como dice Paolo Flores d’Arcais, es el poder de los que no tienen poder. Necesitamos mejores leyes, nuevas leyes al servicio de las grandes mayorías y garantizar su cumplimiento.
Confío mucho en que los debates en nuestro Congreso de la República sean fructíferos y ofrezcan resultados para la sociedad colombiana.
Hay muchas tareas y confío plenamente en los nuestros representantes de la sociedad colombiana en el Congreso. Nuevos y viejos.
Y finalmente, uniré a Colombia. Uniremos, entre todos y todas, a nuestra querida Colombia. Tenemos que decirle basta a la división que nos enfrenta como pueblo. Yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuerte, justa y unida.
Los retos y desafíos que tenemos como nación exigen una etapa de unidad y consensos básicos. Es nuestra responsabilidad.
Termino aquí con lo que me dijo una niña arhuaca, hace tres días, en la ceremonia de posesión ancestral que hicimos el viernes en la en el corazón del mundo, como le dicen los hijos de la Sierra Nevada de Santa Marta: «Para armonizar la vida, para unificar los pueblos, para sanar la humanidad, sintiendo el dolor de mi pueblo, de mi gente aquí, este mensaje de luz y verdad, se esparza por tus venas –me decía–, por tu corazón y se conviertan en actos de perdón y reconciliación mundial, pero primero, en nuestros corazones. Primero en mi corazón. Gracias».
Esta segunda oportunidad es para ella, la niña arhuaca, para todos los niños y niñas de Colombia.
(Fin)