Este año inició con la esperanza del fin de la pandemia, y con ello, la consolidación en el repunte económico del mundo después del desastre que contrajo el valor de la producción mundial en 2020, a lo que siguió un rebote hacia arriba que supuestamente se consolidaría a partir de 2022.

Las economías del planeta proyectaban el ritmo de su recuperación cuando llegó la guerra en Ucrania, y con ella se desvanecieron súbitamente pronósticos de normalidad en cadenas de valor, en tasas de inflación y en ritmos expansivos. El 25 de febrero de 2022 quedará marcado en la historia de la Humanidad no solo por las tristes imágenes de una invasión militar sino como un cruel alto a la esperanza post-pandémica.

El mundo pensaba cómo restaurar las líneas de suministro de todo tipo de productos y servicios, dañadas severamente por el confinamiento sanitario y la incertidumbre de 20 meses bajo acoso de un virus.  Los bancos centrales afinaban sus estrategias de política monetaria para contener la escalada de precios provocada por una lógica crisis de oferta.  Los ministros de finanzas y de comercio evaluaban estrategias para trepar a la cresta de un nuevo ciclo económico.  Las estadísticas mostraban un despertar económico y los seres humanos buscaban afanosamente su nueva normalidad.

Sin embargo, Vladimir Putin ejecutó un plan que ya se había advertido, pero que llegó mucho antes de lo esperado.  Y así, con una Europa que parece nuevamente dividirse ostensiblemente en dos, tendremos que pensar en una nueva realidad para los próximos años.

La guerra de Ucrania no la van a pagar solos los ucranianos. Los rusos, para empezar, también tienen que hacer frente a la asfixia económica y comercial con la que la Unión Europea y la OTAN están castigando el ataque de Moscú. Y para continuar, esa espiral de sanciones va a provocar del mismo modo que la cadena de suministros global vuelva a tensarse y que la disponibilidad de varias materias primas cuya exportación depende en parte de Moscú, como el níquel, el trigo o el gas, se vea comprometida.

En otras palabras: tú también vas a pagar la invasión de Ucrania, sobre todo si vives en Europa, y actos tan cotidianos como echar gasolina, hacer la compra o encender la calefacción van a estar determinados por lo que ocurra a cientos de kilómetros. La Unión Europea ha decidido actuar con contundencia contra su «gasolinera», como la definió Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, y eso tiene un coste.

El fenómeno inflacionario global no solo no cederá pronto, sino tenderá a incrementarse, dado lo que las hostilidades militares comprometen en cuanto a producción, trasiego y suministro:  granos, metales, petróleo crudo y gas.

Las preguntas ahora tienen que ver con cuánto tiempo durará el conflicto y si éste se circunscribirá a los invasores e invadidos en materia militar, o si a la escalada armada se sumarían otras naciones.  Parece que esto último no será así, pero de cualquier forma el daño estará hecho aún cuando la ocupación de Ucrania se consumara pronto.

Por otro lado, la guerra no militar incluye ya severas sanciones económicas y comerciales contra la Federación Rusa, pero también discrepancias entre los aliados de occidente sobre la profundidad con que quieren enfrentar la avanzada con tufo soviético: por ejemplo, si debe excluirse a Rusia del sistema electrónico de transferencias financieras internacionales conocido como Swift, lo que representaría todo un problema en el sistema de pagos global.

Más allá de cómo quede el mapa geopolítico en torno al Mar Negro, nos enfrentaremos a un nuevo galimatías económico, con altos precios del petróleo, volatilidad financiera, incertidumbre política y encuentros y desencuentros entre las naciones. Sin apoyar abiertamente a Putin, China e India se acercan más a él que a los aliados occidentales e incluso el régimen de Beijing se da el lujo de aumentar sus presiones militares sobre Taiwán.

Para México, se presenta otro elemento de desesperanza en cuanto a crecimiento económico.  El titubeo diplomático inicial en torno a la condena al régimen de Moscú compromete nuestra relación ya complicada con quien es socio estratégico y principal: Estados Unidos, de quien dependemos para aspirar a mejores condiciones.

Pobre México, decían a propósito de nuestra cercanía con el país más poderoso del mundo, cuya relación hoy más que nunca debe gestionarse con altura de miras, solvencia diplomática y visión estratégica que debe superar filias y fobias ideológicas de un pasado que parecen añorar algunos radicales de la mal llamada Cuarta Transformación.

DDC/Diariodeconfianza

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